Metros cuadrados de soledad

3.02.2015 .
La Habana, Cuba

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Durante todo este período decidí no llamar a nadie por temor a «intoxicarlos» sentía como si tuviera una enfermedad contagiosa que podría echarles a perder la vida a aquéllos a los que viera o con quienes hablara. Estaba viviendo en mi cabeza un juicio constante en el que exponía las pruebas, no de mi inocencia sino, de la inocencia de los otros. Me había acusado a mí misma de meter en problemas a los demás. Mientras mi teléfono sonaba, amigos de siempre y amigos nuevos me llamaban y yo con mucha parquedad (había perdido mi sonrisa por unas semanas) trataba a todos con cierta distancia, que no es lo que me caracteriza.

Estuve haciendo el trabajo de los que me quieren destruir, el trabajo de aislarme, de sentirme sola, de dejar mis ideas dando vueltas en la cabeza sin que nadie las oyera. Hice que la realidad no existiera.

Pero un día con amigos nuevos, decidimos irnos a almorzar todos juntos y entendí que era eso a lo que temían, a que dijéramos en lugares públicos lo que pensábamos y que los que estaban en la mesa de al lado nos oyeran felices y libres.

Unos días después, un amigo artista me invitó a sentarnos a hablar de sus últimas obras y de cosas de arte bastante específicas y técnicas, mientras hablábamos me dí cuenta que a quien único le hacía un favor si no ejercía mis conocimientos era a los que me quieren destruir.

Ayer vino a verme una estudiante de arte para hablarme de su tesis y recordé lo que disfruto siendo profesora.

Uno es un ser multidimensional que sería mucho más útil para quien lo quiere destruir si se vuelve raquítico emocional y profesionalmente, si pasa a ser visto en categorías poco complejas. No es tan difícil dejar de ser uno mismo como siempre había pensado.

Hoy voy por las calles separando a las personas en dos categorías: los que han decidido no crear memorias nuevas, quedándose repitiendo una y otra vez algún momento vivido que fue mejor y los que viven la vida intensamente buscando construir memorias para un momento futuro.

Tania Bruguera
3 de febrero, 2015