Connie Butler
Noviembre 2011
Tania Bruguera: El Peso de la Culpa
por Connie Butler
Los performances de Tania Bruguera son inevitablemente comentados por quienes poseen el privilegio de tener experiencias. Incluso cuando su obra se ha alejado de acciones más viscerales, centradas en el cuerpo, para acercarse al trastorno y la escultura de un diálogo social y político, continúa atrayendo a su público. Sus performances son eventos vividos y sufridos, en lugar de observados.
Bruguera nació en La Habana y aunque ahora vive parte de cada año en Estados Unidos y Europa (en 2001 recibió un MFA de la Escuela del Instituto de Arte de Chicago), Cuba y su política siguen siendo la fuente y punto de referencia principales de su obra. Una de sus series de performances más tempranas y, aún así, mejor conocidas, data de 1985 y consistía en recrear obras de Ana Mendieta, la artista nacida en Cuba que trabajó en Estados Unidos en los años setenta, una generación antes que Bruguera. Al insertar su propia pequeña silueta en el paisaje junto con el fuego, la piedra, la tierra y otros materiales naturales diversos, Mendieta creó un vehículo para vincularse con la tierra, una reincorporación metafórica con el país que se vio obligada a abandonar de niña a principios de los años sesenta. Como artista cubana que entonces trabajaba en Cuba, Bruguera exploró la práctica de esta artista exiliada en un intento de llevar de nuevo a Mendieta a la patria que compartían, hacerla accesible a una generación nueva de cubanos y honrar sus intentos de conectar de nuevo con su historia compartida.
Esta obra, aunque no siempre entendida como el homenaje que pretendía ser, llegó a representar la conciencia corporal colectiva cubana tanto como la historia y luchas individuales de Mendieta y este vínculo entre lo altamente personal y lo social es una constante para Bruguera, incluso cuando en su obra más reciente dejó de utilizar su propio cuerpo. Para Sin título (Kassel, 2002), la contribución de Bruguera a Documenta 11, una habitación oscura se iluminaba periódicamente con cegadoras luces de 750 vatios mientras un artista marchaba por la periferia, cargando y descargando un arma. La desorientación causada por el cambio repentino de luz, unida a los sonidos de violencia amenazante, exponía la vulnerabilidad del público dentro del espacio, mientras la proyección de un video acompañante que relacionaba sitios de matanzas posteriores a la Segunda Guerra Mundial ubicaba su situación en el contexto global. En El susurro deTatlin #5, realizado en 2008 en Tate Modern, dos policías a caballo usaban técnicas de control de multitudes para maniobrar a un público dispuesto en un importante espacio artístico público. La complicidad de los visitantes -algunos sin duda ignorantes de que participaban en un performance- brinda una declaración perturbadora sobre nuestra propia maleabilidad al enfrentar despliegues de poder estatal. Aunque en ninguna de estas obras se hacen referencias explícitas a Cuba, ambas son indiscutiblemente aplicables a la situación política allí existente y también a la sociedad mundial en su conjunto.
El peso de la culpa se presentó por primera vez en 1997 durante la Sexta Bienal de La Habana; como no se invitó a la artista a participar en la exposición oficial, la presentó en su casa. Llevando el cuerpo de una oveja muerta, Bruguera combinó lentamente en las manos pequeñas porciones de tierra cubana y agua salobre y las consumió en el curso de varias horas. Tomando de una leyenda que narra el suicidio en masa de los pueblos indígenas de Cuba comiendo cantidades copiosas de tierra como protesta final contra los conquistadores españoles, la artista encarnó simbólicamente la historia de Cuba. No olvidaré pronto el erotismo crudo de su homenaje que vi en La Habana junto a otros espectadores y transeúntes que pasaban por la calle. Como muchos de los espectadores internacionales que visitan por primera vez la ciudad, atribuí la crudeza de la visión de Bruguera a una crítica juvenil a la política de vivir en un país cuya perpetuación de larga data del régimen socialista se experimentaba en términos de privación de recursos y censura de la producción artística. Esta encarnación literal de la resistencia política formaría el núcleo de sus obras más conmovedoras y eficaces en los años venideros.