Tania Bruguera

Eugenio Valdés Figueroa
2005

De: Valdés, Eugenio “Tania Bruguera”, The Hours: Visual Arts of Contemporary Latin America, Daros-Latinamerica Collection, Zurich, 2005, (ilust.) p. 4:00 – 4:06.

ISBN 3-7757-1710-2

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Tania Bruguera

por Eugenio Valdés Figueroa

Generalmente nos acercamos a Dios buscando esperanzas. Tania Bruguera, en cambio, lo hace buscando culpables.

En 1998, Bruguera cubrió todo su cuerpo con lodo y clavos. Con su disfraz de islote, erizado de ampulosos fierros, parecía haber quedado prisionera bajo una corteza «espiritual». Al final de una de las alas del Centro Wifredo Lam (La Habana) la artista permaneció erguida y rígida, casi inanimada, como una estatua, durante más de media hora. Debido a su solemnidad, el público suponía que el performance había sido reducido a ese atuendo escultórico que recordaba los fetiches de las religiones animistas africanas. De repente, la «estatua» de barro comenzó a caminar a riesgo de deshacerse en pedazos. Atravesó la galería y se dirigió a la calle. Los más sorprendidos entre los transeúntes ocasionales y los vecinos de la zona, fueron aquellos que identificaron a la temida deidad de origen Bantú quien cobra las «promesas» que los devotos olvidan cumplir.

Ese tipo de prácticas religiosas suele tener lugar en la privacidad de un ejercicio ritual, el cual enfatiza una relación directa entre el creyente y la deidad. El fetiche debe permanecer en un rincón del espacio domestico, en un sitio oculto a los ojos del profano, y funciona como el altar en donde el practicante «trabaja» junto con su Nganga (fetiche de origen Bantú), incorporándole objetos personales y acompañando sus «pedidos» con rezos y ceremonias específicas. Más tarde, una vela encendida, un poco de aguardiente, humo de tabaco y un animal sacrificado alimentan la Nganga y pagan la «promesa».

Durante una visita a África, Tania Bruguera supo que el espíritu de Nkisi acostumbra a andar por ahí vengándose de los olvidadizos, cobrándoles su irrespeto; una deuda no pagada se revierte en daño: «Es por eso -dice la artista- que NkisiNkonde es utilizado como un mediador para transacciones morales o económicas; los compromisos entre las personas son pactados con el consentimiento de Nkisi y cualquier incumplimiento trasciende las deudas mundanas, pues se trata de una negociación sagrada, una negociación con el anima. Nkisi no perdona. La negociación a través de Nkisi implica una hipoteca del alma…»1

Nkisi-Nkonde salió buscando culpables en un recorrido por la ciudad de La habana. Salió Nkisi a reclamar lo suyo, y Tania Bruguera dentro de él, «desterrada», en un exilio -insilio, debería decir- que la convertía en anima y prisionera de su propia tierra (de su propia obra). La primera reacción de los transeúntes al ver a Nkisi merodeando por la ciudad fue de asombro, pero nadie vio en ello una intención sacrílega. Por el contrario, mientras Tania Bruguera avanzaba lentamente en su recorrido por las calles de la Habana Vieja, el público que la seguía creciendo. El performance fue adoptando la apariencia de una peregrinación; una de las creyentes que se sumó a la multitud reverenciaba y recogía los clavos que caían, exclamando: «Esto tiene poder».

1Conversación entre Tania Bruguera y el autor, La Habana, Agosto 2000.